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Quería decirte (de Rabindranath Tagore)

Quería decirte las palabras más hondas que te tengo que decir; pero no me atrevo, no vayas tú a reírte. Por eso me río de mí mismo y desahogo en bromas mi secreto. Sí, me estoy burlando de mi dolor, para que no te burles tú.

Quería decirte las palabras más verdaderas que te tengo que decir; pero no me atrevo, no vayas a no creerme. Por eso las disfrazo de mentira, y te digo lo contrario de lo que te quisiera decir. Sí, hago absurdo mi dolor, no vayas a hacerlo tú.

Quería decirte las palabras más ricas que guardo para ti; pero no me atrevo, porque no vas a pagarme con las mejores tuyas. Por eso te nombro duramente y hago alarde despiadado de osadía. Sí, te maltrato, de miedo que no comprendas mi dolor.

Quería sentarme silencioso al lado tuyo; pero no me atrevo, no se me vaya a salir el corazón por la boca. Por eso charlo y disparato y me escondo el corazón tras de mis palabras. Le pego a mi pena rudamente, no vayas a pegarle tú.

Quería irme de tu lado; pero no me atrevo, no vayas a conocer mi cobardía. Por eso llevo alta mi cabeza y paso como distraído junto a ti que con el rayo constante de tus ojos renuevas siempre mi dolor.

para leer...

para leer...

Con vuestro permiso hoy toca publicidad, porque sí, porque yo quiero y porque ella lo vale =)

 

Helen Flix ha publicado el que ha sido su 1, 2, 3, 4, 5, 6… séptimo libro y nos sigue acercando con palabras sencillas y cercanas los secretos de esos misterios de la vida que nos resultan complicados mientras no somos conscientes de la simplicidad de su naturaleza.

 

Para esos ratos en los que apetece pensar un poquito y mirar hacia dentro: “En la India aprendí a amar” de Helen Flix.

príncipes y sapos...

príncipes y sapos...

En ese mismo instante, la princesa oyó con claridad el croar de una rana que procedía del otro lado de la puerta de la oficina. Movida por la curiosidad, se asomó a ver de qué se trataba y, poco a poco, se fue haciendo más visible una silueta en la niebla. Apenas podía creer lo que estaba viendo… aunque no era nada nuevo para ella ya: un hombre estaba saltando igual que las ranas. 

- ¿Qué diablos está haciendo?, -preguntó la princesa dando otro paso más para poder verlo mejor. 

- ¡Oh!, se trata de un príncipe que se cree rana –dijo Willie con mucha tranquilidad mientras se paseaba por la entrada-. Si piensas que es extraño, deberías ver la rana que va saltando por ahí con una corona y una capa real y que se cree que es un príncipe. Ya te dije que la gente anda muy confundida por aquí, hasta las flores. 


“La princesa que creía en los cuentos de hadas". Marcia Grad

capítulo 22...

Entonces apareció el zorro:

-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: -¿Qué significa domesticar?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa crear lazos...
-¿Crear lazos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito.

 El zorro pareció intrigado:

-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:

-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El principito volvió al día siguiente.

-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:

-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- Y vas a llorar!, -dijo él principito.
-¡Seguro! -No ganas nada.
-Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo.

 Y luego añadió:

-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:

-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.

-Adiós -le dijo.

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.

El Principito. Antoine de Saint-Exupéry.

la ciudad en ruinas...

"No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia, y con ella el golpe que las originó. Y el recuerdo del golpe afectará a decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde. ¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste? ¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y beberás un agua más limpia? A tu alrededor se alzarán las mismas ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás la ciudad contigo. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado malograda queda en cualquier parte del mundo. Tengo veintidós años, y hablo por boca de otros."

"Beatriz y los cuerpos celestes", L.Etxebarria

Recuerdo mis veintipocos al tropezarme con este texto y con algún que otro párrafo de aquel libro.

Lo reconozco, ando dispersa últimamente.
Aúno esfuerzos por estar centrada mañana pero hasta la fecha, nada de nada. 
Os seguiré informando....    Besos    

grandes esperanzas...

grandes esperanzas...

Luego, una vez se hubo ido Estella y habiendo quedado solos los dos, se volvió a mí y me dijo en un susurro:

- ¿No es bella, graciosa, apuesta? ¿No la quieres?

- ¿Quién, viéndola, no la ha de querer, señorita Havisham?

Rodeó mi cuello con su brazo y me hizo bajar la cabeza hasta ponerla junto a la suya.

- ¡Quiérela, quiérela, quiérela! ¿Cómo te trata? –Antes de que pudiera responder, suponiendo que hubiera podido hallar respuesta a una pregunta tan difícil, repitió-: ¡Quiérela, quiérela, quiérela! Si te favorece, quiérela. Si te hiere, quiérela. Si te desgarra el corazón, y a medida que crezca y a medida que crezca y se haga fuerte, te lo desgarrará más…¡quiérela, quiérela, quiérela!

Nunca había visto un ahínco tan apasionado como aquel con que pronunció estas palabras. Pude notar cómo los músculos del flaco brazo que rodeaba mi cuello se hinchaban de la vehemencia que la poseía.

- ¡Óyeme, Pip! La adopté para que fuese amada. La crié y la eduqué para que fuese amada. La convertí en la que es para que fuese amada. ¡Quiérela!

Repitió la palabra lo suficiente para que no hubiera duda acerca de su sentido; pero si la palabra tan repetida tuviera significado, en vez de amor, odio, desesperación, venganza o muerte horrible, no habrían podido sonar más, en sus labios, como una maldición.

- Te voy a decir –prosiguió, con el mismo susurro vehemente y precipitado- lo que es verdadero amor. Es ciega devoción, abnegación absoluta, sumisión incondicional, confianza y fe contra ti mismo y contra todo el mundo, abandono de tu corazón y tu alma enteros al que los destroza… ¡como hice yo!

Al llegar aquí, profirió un grito salvaje, y yo la cogí por la cintura. Porque se levantó en su silla, envuelta en el sudario de su vestido, y se puso a golpear el aire como si de pronto fuese a golpearse a sí misma contra la pared y caer muerta.

Grandes Esperanzas. Charles Dickens.

hubiera podido hacerlo...

Ella hubiera podido acariciar su cuerpo ligeramente con los dedos y sentir cómo se le erizaba la piel. Hubiera podido deslizar sus dedos hasta la base de aquel estómago plano. Hubiera podido pasarlos de un modo despreocupado por encima de aquellas cadenas de chocolate barnizado. Y haber dejado una estela de bultitos erizados sobre su cuerpo, como una tiza sobre la pizarra, como un soplo de brisa sobre los arrozales, como la estela de un reactor sobre un cielo azul de iglesia.
 "El dios de las pequeñas cosas" A.Roy

un milagro en equilibrio...

Yo espero que cuando leas esta carta, si en algún futuro lejano llegas a leerla, hayas cumplido los veinticinco años, y sería muy feliz si no llegaras a entenderme, porque eso significaría que nunca habrás pasado por un momento parecido y, por ende, que algo habré hecho bien en la vida, que habré criado a una mujer con autoestima, entera, segura, a una mujer que no sea como yo, pero soy perfectamente consciente de lo peligroso que resulta proyectar en los hijos nuestras cadencias y esperar que ellos consigan los triunfos que nosotros no fuimos capaces de alcanzar. Ojalá, Amanda, no heredes de tu madre este caracter depresivo y esta incapacidad para establecer distancia. Ojalá, Amanda, tú seas una mujer de acción y no de sentimiento, porque el que siente no avanza, se queda paralizado como yo en medio de una calle con un carrito de bebé en la mano a medio doblar, en medio de la vida, sin atreverse a avanzar, porque el mundo, Amanda, es patrimonio de quien impone su voluntad a sus emociones, porque la vida es una guerra y cada día una batalla. No debe uno quedarse quieto nunca, y mucho menos retroceder ni para tomar impulso.
Un milagro en equilibrio, L.Etxebarria

diferenciación y huída...

Y había otra cosa que lo situaba por encima del resto: tenía en la mesa un libro abierto. En ese restaurante nunca nadie había abierto un libro en la mesa. El libro era para Teresa la contraseña de una hermandad secreta. Para defenderse del mundo de zafiedad que la rodeaba, tenía una sola arma: los libros que le prestaban en la biblioteca municipal; sobre todo las novelas: había leído muchísimas, desde Fielging hasta Thomas Mann. Le brindaban la posibilidad de una huida imaginaria de una vida que no la satisfacía , pero también tenían importancia para ella en tanto que objetos: le gustaba pasear por la calle llevándolos bajo el brazo. Tenían para ella el mismo significado que un bastón elegante para un dandy del siglo pasado. La diferenciaban de los demás.
"La insoportable levedad del ser", M.Kundera

apagándose...

apagándose...

Pero las llamas acabaron por amortiguarse, ya fuera porque agotara sus propias provisiones o por acumulación excesiva de material. La ausencia fue apagando insensiblemente el amor, las penas se asfixiaron bajo la rutina; y aquel fulgor de hoguera que teñía de púrpura la palidez de su cielo se ensombreció más hasta irse borrando gradualmente. En el embotamiento de su conciencia, llegó a confundir la aversión al marido con la tendencia hacia el amante, las quemaduras del odio con el color del cariño. Pero como el huracán no dejaba de soplar, la pasión se consumió hasta las últimas cenizas y no recibió auxilio de nadie ni el sol salió por parte alguna, se hizo por doquier noche cerrada, y Emma quedó perdida en medio de aquel horrible frío que traspasaba su cuerpo.

"Madame Bovary", Gustave Flaubert

cuando tú llegues...

cuando tú llegues...

He empezado a escuchar los gritos del silencio. Hay momentos en los que dejo de respirar para oírlos mejor, y luego debo respirar más hondo para recuperarme. Un suspenso que vibra en torno mío pone su ala sobre mi boca si hablo, o sobre mi mano si es que estoy escribiendo, para indicarme que ha sonado la hora de prestar atención. Algo que echo de menos y no sé lo que es me desocupa del pasado, como si fuese sólo un punto de partida, y me empuja al futuro, ignorando también lo que será. Cargado con antiguos recuerdos que me han hecho el que soy, siento que sin querer salgo a la busca -a la espera, mejor- del reino nuevo. En el aire percibo tu presencia. No tu presencia aún, sino el aura de jilgueros, de ramas perezosas, de impacientes heraldos que siempre te preceden. ¿Acaso no eres tú tus heraldos también? No quisiera engañarme, pero estoy presintiendo tu llegada, y no sé hacer nada más que mirar alrededor apasionadamente...

¿Desde dónde vendrás? ¿Descenderás la cuesta, o subirás el río? ¿Es el Sur, o es el Norte quien te envía? ¿Qué lenguaje hablarás? ¿Bajo qué amable rostro te encubrirás ahora? ¿Tendrás los labios gruesos de la primera vez, la nariz breve de la segunda, los ojos de mar claro de la siguiente, la sonrisa -que dominaba al furor y retenía la gloria- de la última? ¿Vendrás de golpe, como en cierta ocasión, igual que el rayo, o de puntillas, subrepticio así el día y la muerte, o quizá ya estás dentro de mí, y salgas cualquier tarde riendo a carcajadas como un niño? ¿Qué estarás haciendo ahora , mientras yo te echo en falta? ¿Me echas tú en falta a mí; en qué trabajas; vacilas; sientes incompletas la noche y la mañana? Cuántas dudas hasta que surjas agitando la alegría lo mismo que un pañuelo.

Cuando llegues, Amor, tendrás que recibirme como soy, no como te imaginas. Tomarás mi libertad y me darás la tuya. Tomarás mi compromiso y me darás el tuyo. Empezaremos juntos a nacer; pero no será posible desentenderse de los pesados lazos del recuerdo. Yo sé que tus facciones inaguran el mundo: procuraré que no se interpongan entre tú y yo facciones anteriores, la fresca y dúctil piel sobre la que dormí, las caricias a las que me acostumbré, los extremados cuerpos que asaltaron mi soledad un día, el deseo que jamás se agotaba y se agotó... Tú, que espoleas el tiempo, tendrás que darte prisa. Ten cuidado con él, porque cuando no estás transcurre en vano. Y se hará tarde, Amor, ya se hace tarde. ¿Y cómo, entonces, a la noche, podría ser examinado en ti?

O quizá no te fuiste. Jugaste al escondite, y eres el mismo de siempre, que aparece y desaparece como en broma. Un prestidigitador que saca de su chistera un variado surtido de sorpresas... Quizá eres yo también. Yo, que alargo la mano. ("Alargaba la mano y te tocaba. / Te tocaba: rozaba tu frontera, / el suave sitio donde tú terminas.") Si es así, no cambies más de cara ni de gesto. Quédate quieto aquí. Mirémonos a los ojos despacio: no más desastres, no más crímenes. No entres una vez más a saco en la ciudad que es tuya. Serénate, puesto que tienes mi edad, si es que eres yo. No cambies de sonrisa, ni de rasgados ojos, ni de alargadas manos. No mudes el color de tu pelo, ni la forma de entrecerrar los ojos cuando se acerca el beso. Deja caer tu cuello sobre la almohada con el mismo desmayo de ayer. Deja tus brazos en torno de mi cuello igual que una bufanda para los días de frío venideros... Si no te fuiste, no te vayas más. No te disfraces; no finjas alejarte; no te hagas el dormido. Porque no hay demasiado tiempo, y habrá que darse prisa... Pondremos los recuerdos encima de la mesa: la noche aquella de agosto junto al mar, las músicas ardientes, la desolación de todos los principios, su júbilo infinito, la incertidumbre de los tactos, la torpeza, las amargas palabras, el inconsciente gozo que salta como un pájaro efímero de un hombro en otro, la torpeza recomendada cada día, el beso refugiado en la comisura de la boca entreabierta, la conversación muda de los ojos en las viejas tabernas, el atardecer que resbala sobre las aceras, y siempre la torpeza resistiéndose a reconocer que tú eres la única dádiva posible de la vida... Encima de la mesa los recuerdos comunes, como una manoseada baraja con que jugar por fin la última partida. Una partida en que nos asesoren todos los que hemos sido hasta ahora tú y yo.

Cuando llegues -si tienes que llegar- entra sin hacer ruido. Usa tu propia llave. Di buenas tardes, di buenas noches, y entra. Como quien ha salido a un recado, y regresa, y ve la casa como estaba, y lo aprueba, y se sienta en el sillón más cómodo con un lento suspiro. Abre cuando llegues, si quieres, la ventana a los sonidos cómplices de fuera, y a la luz, a la favorable intemperie de la vida. El tiempo en que no te tuve dejará de existir cuando tú llegues. Todo será sencillo. Como una rosa recien cortada, se instalará el milagro entre nosotros. No habrá nada que no quepa en mis manos cuando llegues. Tornasoladas nubes coronarán el techo de la alcoba. ¿Dónde están mis heridas?, me diré...

Pero escúchame bien: llega para quedarte cuando llegues.

El dueño de la herida, A.Gala

Te espero en la terraza mirando al mar con el corazón alterado, sintiendo su agitación con la cercanía de tus pasos... Siento que llegas y me invades, que me moldea tu calor transformando mis esquinas en suaves curbas, que mi resistencia da paso a la entrega y por fin soy tuya... Sintiendo que eres lo que toda la vida he estado esperando... Te sonrío y ya sólo estamos tú y yo.