medio año
Ha tenido parte de culpa el destino en todo esto, debería pensárselo dos veces antes de cruzar a dos personas en una cafetería en una ciudad lejana a la suya.
Mientras tanto, a mí me gustas más y más.
Ha tenido parte de culpa el destino en todo esto, debería pensárselo dos veces antes de cruzar a dos personas en una cafetería en una ciudad lejana a la suya.
Mientras tanto, a mí me gustas más y más.
Ítaca
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Uno de los síntomas que me provoca dudar de mi salud es la sensación de que mi mundo gira alredor de mi ombligo. No del tuyo, del mío.
Conseguiste lo que aún no había conseguido el invierno de la ciudad, dejarme helada. Mis pasos se detuvieron por pura estupefacción, y me invadió el peso de un por qué gigante que callé porque lo único que deseaba era escupírtelo a la cara.
Esta vez sí fuiste explícito, por lo que se me negó la tentadora posibilidad de interpretarte a mi antojo. Si no fuera porque no tengo intención de limitarte en las pocas ocasiones que tienes la vocación de enseñarme tu corazón, te indicaría que a veces es mejor quedarse callado. Doler por amor al arte debería estar prohibido.
Qué ganas tengo de que me subas la falda y me rompas las medias...
Cuando los dos estamos tranquilos y dejamos el miedo (quizá por descuido) en algún rincón, nos dibujamos arcoíris en el alma, trazamos caminos que nos llevan con facilidad al corazón del otro y allí tejemos un espacio de conmovedora calidez.
No deja de sorprenderme que aún podamos mirarnos de esta manera con todo el daño que nos hemos hecho, ¿realmente tanto amor nos hemos tenido para que estemos aquí pese a todo?
Me mira con ternura. Sé que no comprende mis mareas, pero le da igual. Las acepta. Periódicamente me recita la misma retahíla. Lo hace con dulzura, escogiendo las palabras con delicadeza. Finaliza con su archiconocido por mí eres así, haces fáciles las cosas difíciles y en cambio te confundes en cosas sencillas. Quizá tenga razón.
A veces parece que me coma el mundo, seguramente es más que una sensación, me lo como. Siempre lo he dicho, soy una persona afortunada. He tenido la suerte de cumplir los sueños que habitaban en mi corazón y la capacidad de generar nuevos y perseguirlos con ilusión. Suelo crecerme en las adversidades, ser yo misma la que mata los dragones y luchar siempre, especialmente en los días grises. Tengo más de reina que de princesa desvalida.
Pero hasta Aquiles tiene un talón, y no subestimo al mío ¡Qué pequeñita me hace a ratos! Menos mal que cuento con tus abrazos anti tormentas.
Parece que te sobren los amigos, o que te falte mano izquierda. No lo sé.
Los hombres parecen a veces tener un sexto sentido que les permite identificar cuándo una mujer se ha centrado en si misma, ha puesto el contador a cero y pasa bastante del tema. Entonces... salen de debajo de las piedras.
Acepté aquella cita contigo, y ya van dos.
Lo tuyo hacia mí ha sido devoción a primera vista. Aún no habías conocido a la persona que había detrás de aquellas gafas moradas que ya tu cuerpo me deseaba y tu corazón me buscaba basándose en la intuición de que detrás de aquellos ojos podría encontrarse la mujer que llevas tiempo buscando.
Llegas apostando por mí un 200% justo en el momento en que yo deseo cerrar los ojos y dejar pasar mis tormentas. Tu sonrisa que me sueña y me encandila, abraza mis nubes y me permite vislumbrar lo que podría ser un camino contigo.
Pero es que llegas a destiempo, hoy no es el día y mi corazón está cansado, quizá sí mañana pero hoy de verdad que no, no puedo.
No debería de quererte, pero eso explícaselo a mi corazón. ¿Cómo puede ser que pese a todo se me electrice el cuerpo cuando me rozas?
Me perdería debajo de la más mísera de tus caricias y soñaría un mundo para ti y para mí, dispuesta a amarte siempre. Te enseñaría que a veces se gana, que merece la pena soñar, que podemos ser felices. Mientras, aprendería de ti a tejer palabras, a besar etéreamente, a convertir la voz en susurros rotos. Dulcemente derramaría ternura en cada uno de tus rincones, tejería caricias que te cuidarían en tus días grises y llenaría de sensualidad tus manos, tu boca, tu sexo. Toda entera sería tuya, sin corazas, porque no quiero ser de nadie más, y disfrutaría de tu sabor a miel mientras me embeleso mirándote tumbado a mi lado, eres el animal más hermoso que he visto en la vida.
Amasijo de mis contradicciones, eres la persona con la que querría caminar, la boca donde quisiera perderme, y el corazón que sé que no tendré. Dispuesta a convertirte en mi universo, a luchar por un sueño a tu lado, me abruma la conciencia de las ilusiones que nunca fueron ni serán... Me enamoré de ti sin tener nada que hacer contigo, qué mal ojo que tengo.
Cuando lo que más anhelas y lo que menos quieres van en el mismo barco, tienes un problema.
Se escurrieron tus palabras y se dejaron atrapar por mis sentidos. Por fin me diste lo único que alguna vez te he pedido, el respiro a mi corazón.
Igual no lo sabes, pero me acariciaste el alma. Abrazaste a la parte de mí que se sentía abandonada sin estarlo, y le diste la calma y el sentido que necesitaba.
Me regalaste el punto de inflexión sobre el que descansaré tranquila.
Si un día te dijera todo lo que me he callado, fácilmente mirarías con ternura mis silencios, mis ambigüedades, mis incongruencias. Conocerías lo que soy bajo esta coraza que a veces se interpone entre nosotros y aunque seguramente continuarías queriéndome igual, me odiarías un poco menos.
Te sorprendería lo que te echo en falta cuando no estás, el miedo que tengo de perderte, lo mucho que te anhelo. Confirmarías que me ha apetecido enredarme en tu cuerpo como una salvaje y descubrirías además, que he deseado convertirte en el ombligo de mis ternuras e ir descubriendo poco a poco el color que tienen tus ojos detrás de tus murallas.
Se haría claro lo evidente, que me has dolido, que te he adorado, que nunca he conseguido entenderte, y que si alguna vez me has visto marchar ha sido porque quería estar más cerca.
Pensé en el suelo resbaladizo, en que debería ir más lenta, en el maldito color de tus pestañas.
Caí y me asusté. Me horrorizó un chasquido, aunque peor fue sentir que me costaba respirar, saber que hoy se había roto algo más. Yo misma. Y lloré por todo, con intensidad, exorcizando cada sueño que construiste para mí.
Se confundieron mis lágrimas, la lluvia y el recuerdo difuso por la ansiedad de tus palabras calladas. Me permití el lujo de sacar toda la mierda. No te imaginas lo bien que me sentó hacerlo.
Quería decirte las palabras más hondas que te tengo que decir; pero no me atrevo, no vayas tú a reírte. Por eso me río de mí mismo y desahogo en bromas mi secreto. Sí, me estoy burlando de mi dolor, para que no te burles tú.
Quería decirte las palabras más verdaderas que te tengo que decir; pero no me atrevo, no vayas a no creerme. Por eso las disfrazo de mentira, y te digo lo contrario de lo que te quisiera decir. Sí, hago absurdo mi dolor, no vayas a hacerlo tú.
Quería decirte las palabras más ricas que guardo para ti; pero no me atrevo, porque no vas a pagarme con las mejores tuyas. Por eso te nombro duramente y hago alarde despiadado de osadía. Sí, te maltrato, de miedo que no comprendas mi dolor.
Quería sentarme silencioso al lado tuyo; pero no me atrevo, no se me vaya a salir el corazón por la boca. Por eso charlo y disparato y me escondo el corazón tras de mis palabras. Le pego a mi pena rudamente, no vayas a pegarle tú.
Quería irme de tu lado; pero no me atrevo, no vayas a conocer mi cobardía. Por eso llevo alta mi cabeza y paso como distraído junto a ti que con el rayo constante de tus ojos renuevas siempre mi dolor.
Tengo la ansiedad prendida a las nubes.
Me alimento sólo cuando la compañía ahuyenta los fantasmas de mi cabeza y duermo poco, ni siquiera los sueños parecen interesarme.
Me siento preocupada, asustada, triste. No deseo asomar mi cabeza al mundo por las mañanas ni tampoco tengo ganas de quedarme en la cama. Me domina una apatía impropia y una desazón que no sé ni como gestionar. Lloraría por menos de nada y ni siquiera sé el motivo.
El pasado domingo alguien maravilloso me exigía, mientras yo refunfuñaba y lloraba, que gritara qué pasaba. Refunfuñé y lloré aún más, pero no supe responderle. No sé encontrar las palabras...
Algo no va bien, eso está claro, pero no sé por dónde empezar...
me voy